viernes, 27 de enero de 2017

CUENTOS POR TELÉFONO, de Gianni Rodari


Para describir a Gianni Rodari (Italia, 1920) necesitaríamos mil y una línea pero como ya vamos a emplear un buen número de palabras contando una de sus maravillosas historias, hemos tomado prestado de otro blog este escueto pero conciso resumen:


Gianni Rodari

Periodista, escritor, militante político, maestro y pedagogo.
Todas estas actividades las utiliza Gianni Rodari 
para estimular y provocar en los niños 
la entrada en un mundo de imaginación creadora.

De Rodari oímos hablar mucho en la Universidad pero hacía ya un tiempo que no sabíamos de él. Ahora y con nuestra formación contínua que parece no va a acabar nunca, se nos vuelve a cruzar en el camino. Requisito indispensable para realizar un trabajo: leer uno de los cuentos que recoge el libro "Cuentos por teléfono", de Rodari.

Y con el libro entre manos, comenzamos a disfrutar desde la primera página:
DEDICATORIA
A la Paoletta Rodari
y a sus amigos de todos los colores

A partir de aquí, Rodari podría haber comenzado con una introducción a los cuentos que detrás se relatan, pero no. Comienza como comienzan los cuentos:

Había una vez...

Y entonces cuenta que el señor Bianchi, de Varese, era un representante de comercio que seis de los siete días de la semana, los pasaba viajando por asuntos laborales. No crean que por este motivo descuidaba a su familia. Nada de eso. Cada noche a la nueve en punto, estuviese donde estuviese, llamaba a su casa para contarle un cuento a su pequeña. Dependiendo de si los negocios habían ido bien o no, el cuento y con él la duración de la llamada, era más o menos corto. Se dice incluso que las trabajadoras de la centralita, al oir al señor Bianchi, interrumpían todas las llamadas para escuchar sus historias. 

Qué cuento elegiremos para nuestro trabajo, todavía no lo hemos decidido pero contando con un blog que nació de una mermelada, no podíamos quedarnos sin compartir con ustedes el siguiente:

APOLONIA LA DE LAS MERMELADAS


En San Antonio, a orillas del lago Mayor, vivía una mujercita que sabía hacer tan bien la mermelada, que sus servicios eran solicitados en Valcuvia, en Valtravagia, en Val Dumentina y en Val Poverina. Cuando llegaba la época, la gente acudía desde todos los valles, se sentaba a contemplar el panorama del lago, recogía alguna frambuesa de entre los matorrales y luego llamaba a la mujercita de la mermelada:

- ¡Apolonia!
- ¿Qué hay?
- ¿Querría ayudarme a hacer una buena mermelada de ciruelas?
- En seguida.

Apolonia, aquella mujercita, tenía unas manos verdaderamente de oro, y hacía las mejores mermeladas del Varesotto y del Cantón Ticino.

Una vez vino a verla una mujercita de Arcumeggia tan pobre que no tenía siquiera un puñado de bellotas para hacer mermelada, y entonces, durante el camino, había ido llenando su delantal del castañas silvestres.

- Apolonia, ¿querría hacerme una mermelada?

- ¿Con eso?

- No he encontrado otra cosa.
- Qué le vamos a hacer, lo intentaré.

Y tanto lo intentó Apolonia, que de aquellas castañas silvestres obtuvo la maravilla de las mermeladas.

En otra ocasión, aquella mujercita de Arcumeggia no encontró ni siquiera castañas silvestres, porque al caer, las hojas secas las habían ido ocultando, por eso llegó con el delantal lleno de ortigas.

- Apolonia, ¿quiere hacerme otra mermelada?
- ¿Con ortigas?
- No he encontrado nada más...
- Qué le vamos a hacer, veamos.

Y Apolonia tomó las ortigas, las azucaró, las hizo hervir como ella sabía hacerlo y obtuvo una mermelada como para chuparse los dedos.
Porque Apolonia, aquella mujercita, tenía las manos de oro y de plata y hubiera hecho mermelada incluso de piedras.

Una vez pasó por allí el emperador, el cual también quiso probar la mermelada de Apolonia, y ella le dio un platito lleno, pero el emperador se disgustó después de la primera cucharada porque había caído una mosca en el platito.

- Me da asco -dijo el emperador.
- Si no hubiera sido buena, la mosca no habría caído en ella -dijo Apolonia.

Pero el emperador estaba ya tan enfadado, que ordenó a sus soldados que le cortasen las manos a Apolonia.

Entonces la gente se rebeló y le dijo al emperador que si él hacía que le cortasen las manos a Apolonia, ellos le cortarían la corona con toda su cabeza, porque cabezas para hacer de emperador puede encontrarse en cualquier esquina, pero manos de oro como las de Apolonia son mucho más preciosas y escasas.

Y el emperador tuvo que aguantarse.


Gianni Rodari